ELADIO ORTA

 

LECHE DE CAMELLO (FRAGMENTO)



(Versos 147-211)



[...]



El numerito de Araceli, fabuloso, fabuloso...

Parecía un indio con aquellos ojos negros negros,

con aquella piel negra negra,

con aquel cipote negro negro.

El numérico Busuá. Ella decía yo soy La Busuá,

la más Busuá de la calle. Se echaba saliva en el culo y

métemela un poquito más, un poquito nada más,

y más, métemela más adentro, y ¿ay! ¡ay!

No me la metas más que me duele mucho.

Ahora córrete, córrete dentro del culo

de la más Busuá de la calle.

Su nombre verdadero, el que al menos constaba

en el carné de identidad, era Angustias.

Como la patrona de su pueblo.

Pero cuando se independizó

de su familia y dijo aquí estoy yo y

a quien no le guste tres por culo veintiuno,

de Angustias nada. Angustias suena a tristeza, a agonía,

a crucifixión. Lo contrario de Angustias, Alegría.

Desde entonces se llamó Alegría Saldara González.



En Marruecos, bebiendo leche de polla

sobrevivió tres semanas. A la cuarta

tuvo que cambiar de leche, la de camello

era más rica en vitaminas.



En Mallorca se casó con Juliana, lesbiana de cartel

y a la que le hizo una barriga de cojines.

Con aquel descomunal bulto se buscaron la vida

peleándose en los restaurantes. Los clientes

confundidos picaban ante el desconsuelo

de la pobrecilla embarazada. La historia

se descubrió cuando uno de aquellos engañados

apareció de noche en el cabaret de lujo

en el que Alegría se prostituía.



En Sitges se enamoró de un tío

y cuando se disgustaban se llevaba cinco o seis días

delante de la cama pidiéndole

que se acostara con ella.



En Cádiz el enamoramiento pasó de castaño oscuro.

Se colgó de tal manera de un guaperas

chulo que trabajaba de día

en una peluquería y de noche en un cabaret

de moda. Al fulano no le faltaba de nada.

Vivía como un marqués gracias a un par

de palazos por semana.



Pero el asunto se jodió

cuando apareció de un viaje por las Américas

una mariquita millonaria. En la primera degustación

de pollas que organizó en un chalet de las afueras

con seis vergas de primera calidad,

el guaperas chulo de La Alegría

durmió en otra cama con más billetes verdes y

más altura cultural.



Dos meses encerrado en casa y los muebles destrozados

le costó el disgusto. Si no vamos por ella

para llevarla al hospital, en Cádiz la palma

la muy cabrina.

¿Qué fue de aquella casa de zócalos rojos?



Me pregunta. Aquello fue la destreza placentera

del beso que te derrite el alma casi sin rozarte.

El dulce sabor de las almendras amargas

masticadas en la culminación agónica de un polvo.